Finalmente el silencio le ganó al ruido. La gente ya descansaba y si no lo hacía se disponía a hacerlo. En el comedor el perro dormía en su sillón. En el living la luz entraba por las rendijas de los postigos dándole a la habitación un extraño aire a soledad. En la cocina el motor de la heladera se prendía, oyéndose tan solo por no haber otra cosa que escuchar. En las habitaciones superiores dos parejas descansaban en camas de una plaza, mientras que yo, teniendo una cama de dos plazas en mi haber, una cama que no tengo la necesidad de compartir, mantas y abrigo de sobra, yo no pegaba ojo ni pensaba hacerlo. ¿Cómo reír y dormir al mismo tiempo? ¡Voto a sanes si alguien puede! ¿Y cómo no reír, si cuando uno está leyendo una novela caballeresca lee:?
[…] “Está dicho, me llevaré treinta hombres. Les dividiré en tres grupos, nos dispersaremos por el país con la orden expresa de reunirnos en un momento dado; de esta manera, de diez en diez, no despertaremos sospechas y pasaremos inadvertidos. Sí, sí, treinta; es un número muy bonito. Tiene tres decenas, tres, ese número divino…”
Santiago.
PD -. Aramis Obispo.
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