Cuentonto

Caminaba esta vez por una calle que no recuerdo bien su nombre, intentando apaciguar el frío frotándome las manos. Por ser poco menos de medianoche de un día lunes la calle se encontraba peculiarmente vacía, haciéndo más especial la luz de los faroles sobre la neblina.
Caminaba volviendo a casa, pensando en la cena, en un café y en esconderme debajo de numerosas frazadas. Pero la noche aún me aguardaba extraña sorpresa, ya que apurado por llegar a destino alcancé a cierto sujeto peculiar. Intuí que se trataba de una persona mayor por su galante forma de caminar y su sombrero ya pasado de moda. La distancia entre este hombre y yo era tan solo de unos pasos cuando este miró disimuladamente a sus costados para constatar que nadie anduviera cerca, sin advertir mi presencia...

El estruendoso gas que salió a continuación de la parte posterior del cuerpo de susodicha persona no tiene precedente alguno. Seguido, notó extrañado que yo le pasaba con cabeza gacha y, cuando estaba a punto de apartar su mirada de mi, lo miré, intentando como fuera posible contener la risa.

Seguramente él lo notó, dejando entrever una sonrisa que confesaba su culpabilidad.

Desde entonces, cuando a alguien se le escapa un gas y otros ríen, yo quedo callado recordando aquel hombre, que con su sombrero pasado de moda, hizo que los ronquidos de mi abuela se vieran insignificantes.